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Medios españoles catalogaron de “catástrofe” la caída de FC Barcelona en París

El Barça depende de un milagro, de un partido perfecto, redondo, sin errores y sin fisuras para estar en los cuartos de la Champions. Los de Luis Enrique jugaron el peor partido de los últimos años convirtiéndose en una caricatura de lo que fue. De principio a fin fueron un equipo sin alma, hundido, sin orgullo ni corazón.

Una marioneta en manos de un PSG que destrozó a su rival, una imagen borrosa e irreconocible. El rey abdicó quitándose la corona y estrellándola, violentamente, contra el césped del Parque de los Príncipes. El rey ha muerto. Viva el rey.

Luis Enrique hizo oficial con la alineación en París lo que ya se intuía: el once de gala, el de los días grandes, ha sufrido una ligera variación en el centro del campo respecto a las anteriores temporadas. André Gomes ha pasado por delante de Rakitic, que deberá luchar para recuperar su condición de titular indiscutible. Un reto lanzado por el técnico para ver cómo respondía a una cita de las grandes.

Y el arranque no fue prometedor. Impreciso y torpón, estuvo desaparecido, aunque a su favor hay que decir que no desentonó en un equipo desconocido. Desconocido, aunque cada vez menos porque el Barça, esta temporada, está jugando a ratos, cada vez más cortos, a rachas imprevisibles. Muy poca fiabilidad. Lo aprovechó el PSG, un equipo de aviones frente a patinetes. La tarjeta que provocó Neymar a Rabiot nada más empezar el partido fue una anécdota.

Ter Stegen tuvo que salir ante una contra que dejaba solo a Matuidi ante el alemán. Cavani tuvo la primera clara a los seis minutos, pero Sergi Roberto rectificó a tiempo para tapar su disparo. El Barça no sabía cómo pasar del centro del campo, incapaz de superar la presión de los parisinos, desbordado ante un PSG muy superior, vergonzosamente superior. Umtiti y Piqué sacaban agua a cubos. A los diez minutos la tuvo Matuidi y Ter Stegen hizo la parada, hasta el momento, del partido. Verratti remató en segundo término. Nada.

La empanada era total. A los 18 minutos, Umtiti derribó a Draxler al borde del área. Demasiadas facilidades. Di María no falló, al contrario que la barrera del Barça, que pudo hacer algo más. Gol. 1-0. Merecidísimo. Solo Neymar, solo, lo intentaba por la izquierda. Esa era la única propuesta culé. Suya fue la mejor jugada del Barça en el primer tiempo. Acabó la contra cediendo para André Gomes, lanzado por la derecha. Trapp logró rechazar su definición, algo dubitativa. Corría el minuto 26. Tuvo el empate.

Neymar era la luz en la oscuridad blaugrana, que intentaba salir del túnel poco a poco, mejorando en los últimos veinte minutos del primer tiempo. Aunque sufriendo cada vez que el PSG recogía el balón con posibilidad de salir a la contra. Draxler tuvo el segundo tras deshacerse de Sergi Roberto y probar con la zurda a Ter Stegen. Córner. Una indecisión en defensa estuvo a punto de provocar un infarto al meta alemán. El Barça era un gigante con pies de barro, pocas metáforas definen tanto el momento de los blaugrana. Un flan. El peor equipo, con diferencia, sobre el césped. El resultado era corto hasta que Draxler hizo justicia tras una pérdida de Messi en el centro del campo. Ter Stegen ya había hecho suficiente. Gol. 2-0. Tremendo palo. Lo mejor, cuando sonó el silbido que indicaba el descanso. Fue la campana que evitó la lona.

El objetivo, con 2-0, era maquillar el marcador, darle vida a la eliminatoria. Pero fueron suficiente los primeros minutos para darse cuenta de que nada había cambiado. El PSG era una M16 luchando contra una hoja de afeitar oxidada. Y cayó el tercero ante la pasividad de un equipo roto, una caricatura de lo que había sido, lo que un día fue, el mejor equipo de la historia. Di María la metió de rosca desde la frontal. Demasiado fácil. 3-0 y la eliminatoria resuelta. Ni orgullo hubo.

Para ser justos, Neymar y Ter Stegen fueron los únicos que lo mostraron de forma intermitente. El portero alemán tuvo más trabajo en noventa minutos que en todo el tiempo que lleva en el club.

Los de Emery llegaban en manada y sin oposición a su área, probándole una y otra vez. El Barça no existía, no salió a jugar ni en la primera mitad ni en la segunda. La única misión, en lo único que debían centrarse era en buscar el gol que les diera vida para la vuelta. Pero Trapp solo había aparecido una vez, en la primera mitad ante André Gomes. El resto del partido, inédito.

El gol fue el objetivo hasta que llegó el cuarto. A partir de ahí lo fue intentar no encajar ninguno más. Cavani recibió un balón en el área y batió por bajo a Ter Stegen. 4-0. Un resultado tan contundente como justo y merecido. Un  baño. Con sauna incluida. Con todo. Lo probó Neymar dentro del área con un disparo defectuoso. No salía nada porque el Barça no hizo nada para que saliera.

Umtiti cabeceó a la madera en la mejor ocasión del segundo tiempo. Se puede perder, incluso caer eliminados en octavos. Entra dentro de las posibilidades. Pero el naufragio en París es algo más que una derrota, es una forma dolorosa de abdicar. En el Parque de los Príncipes.