La voz de los otros
Si de algo estamos ayunos en nuestra incipiente y maltrecha democracia es de una deliberación pública sólida y abierta a las más diversas posturas. Necesitamos una deliberación pública que esté cifrada más que en ocurrencias, en planteamientos bien documentados, capaces de hacer más inteligible nuestra vida política.
No es que no existan voces críticas que concurran en nuestra “opinión publicada”, sino que con frecuencia sólo atendemos a aquellas que exponen lo que nosotros pensamos, sin voltear los ojos a lo que argumentan los otros, justamente para deliberar. A este propósito de contribuir a alimentar una deliberación pública informada e incluyente responde la publicación más reciente de José Woldenberg, La voz de los otros (Cal y Arena, 2015).
La voz de los otros es un libro sobre libros que conjunta 50 reseñas de textos elaborados durante los últimos años, que contiene comentarios acuciosos, producto de una lectura atenta sobre trabajos de investigación en Ciencia Política e Historia y ensayos de coyuntura, aunque también incluye notas sobre novelas y otros géneros literarios.
Es cierto, Woldenberg reflexiona sobre libros de amigos, con quienes comparte concepciones y percepciones, pero también analiza y polemiza con colegas que defienden posiciones diferentes sobre nuestra vida política y esa combinación de ópticas enriquece la obra.
Es explicable que la democracia sea el tema central de la selección de libros reseñados, porque ahí se han centrado las reflexiones de Woldenberg, en el entendido de más que concebirla como un punto de llegada o como una construcción social acabada, la entiende como un sistema de gobierno que da cauce a nuestra pluralidad, pero que afecta y es afectado no sólo por los problemas políticos, sino por los económicos y sociales. Por eso viene a cuento la frase de Carlos Fuentes, “nuestra democracia está constantemente acosada por las contrahechuras de nuestra vida social”. Esto explica que junto a los asuntos propios de la democracia y sus actores, las reseñas aborden la pobreza y la desigualdad, pues como dice Rolando Cordera, son el asunto “más corrosivo para la reproducción del sistema democrático”.
El mural de libros reseñados por Woldenberg son una fuente para el debate público de hoy y de mañana, porque ayuda a hacernos cargo de las problemáticas y los humores públicos que nos ocuparon hace algunos años y ver así qué tanto los diagnósticos elaborados entonces derivaron en respuestas a los problemas, o qué tanto sólo quedaron como testimonios de preocupaciones intelectuales incapaces de hacer frente a las resistencias al cambio.
El libro permite constatar que hace diez años seguíamos discutiendo si había o no concluido nuestra transición a la democracia y que ni siquiera había consenso sobre si ésta había precedido a la alternancia y a la pluralidad, o si era su consecuencia y, entonces apenas empezaba. En todo caso, está claro que no hemos sido capaces de valorar y comprender los cambios que se han sucedido en nuestro país, o como decía Norbert Lechner, pensando en América Latina, no hemos logrado construir mapas mentales para darle coherencia a nuestras explicaciones y de ahí poder construir un futuro con elementos de certeza.
Seguimos sin saldar cuentas con nuestro cambio político, por ello, después de cada elección volvemos sobre nuestra manoseada legislación electoral, empecinados en discutir los mecanismos de acceso al poder, sin dar el salto y concentrarnos en la deliberación pública sobre lo que debe reclamar nuestra atención: la gestión de las políticas públicas y los programas específicos que es necesario impulsar en los diferentes campos si queremos darle consistencia y viabilidad a nuestra democracia. A eso justamente puede contribuir la lectura de La voz de los otros.
Académica de la UNAM.