Columnas

LA TEORÍA DE LA CONSPIRACIÓN

Como los virus, las teorías conspirativas se caracterizan por la rapidez de su propagación, cuentan con una alta capacidad de reproducción.

En particular, las teorías de la conspiración, trátese de la presencia de alienígenas o de armas biológicas en un futuro apocalíptico, son siempre atractivas, seductoras, coquetas. Guiñen el ojo y atrapan, a quien no cuestiona lo que ve y escucha, de inmediato.

La expansión de estas ‘explicaciones alternativas’ es más rápida en la actualidad a través de las redes sociales, conducto ideal para estimular la desinformación y las versiones nunca verificadas, algunas confeccionadas como noticias, pero falsas en su contenido.

Una de las teorías conspirativas en boga es que el coronavirus fue ‘fabricado’ en un laboratorio de Wuhan, China.

De ahí, según la versión, el Covid-19 se propagó al mundo con el objetivo de acabar con la hegemonía política y económica de Estados Unidos. Así, cuando la pandemia concluya con la creación de una vacuna (de confección oriental, por supuesto), China se alzará con el liderazgo de un nuevo orden mundial. Hasta parece película.

Sin embargo, existe una realidad más allá de las confrontaciones políticas y económicas globales: la biología.

La ciencia biológica, algo que prácticamente no enseñan en la educación primaria y secundaria en las escuelas mexicanas, lo explica a la perfección: los virus mutan. Mutan, infectan y contagian. Además, se propagan, hoy más que nunca, con facilidad.

Las mutaciones se registran tanto en los virus como en las especies. Existe un momento en que los códigos genéticos dan un ‘brinco’, evolucionan de manera gradual. Esa es la realidad: el coronavirus tiene un origen natural. Biología pura. Para ser más exacto, microbiología.

Efectivamente, existe una guerra económica y, por tanto, política entre Estados Unidos y China, pero, en esta ocasión, con la múltiple información disponible, la tesis de la conspiración se cae por sí sola, tropieza de forma estrepitosa. La única explicación es la biológica, la explicación científica sobre el comportamiento de los virus.

La historia de las pandemias así lo demuestra: son cíclicas. De pronto, como si surgieran de la nada, un nuevo virus, tras la mutación de su código genético, aparece y trastorna.

A mediados del siglo catorce, la peste bubónica apareció proveniente (mera casualidad) de China, justo cuando se intensificó el comercio a través de ‘la ruta de la seda’. La epidemia mató a millones de personas en Europa. La enfermedad se prolongó varios años.

Otro caso similar fue la influenza española, la que sacudió el planeta de 1918 a 1920, en tres ‘oleadas’ que se presentaron en la temporada invernal. Ese virus mató por neumonía al uno por ciento de la población del planeta. Desapareció cuando el cuerpo humano generó anticuerpos y la epidemia dejó de ser letal.

La teoría de la conspiración, tan pregonada en el actual y confuso tiempo mexicano por los ‘chairos’ lopezobradoristas (‘es un negocio de las farmacéuticas’, afirman con desparpajo y notoria ignorancia sobre el coronavirus), es muy atractiva, llena de misterio, coqueta.

Esa desinformación no llamaría tanto la atención de las masas si en las escuelas mexicanas se impartieran con calidad tres materias fundamentales para entender la vida, su origen, su composición: biología, química y física.

Por supuesto, eso no va a suceder en nuestro país por una simple razón: la élite gobernante, sea cual sea su sello partidista, desea mantenerse el tiempo más prolongado posible en el poder y, por tanto, no quiere que la mayor parte de la población cuente con una educación que la conduzca a pensar, razonar y, por ende, progresar.

Hay quienes prefieren, en especial los gobiernos populistas, manipular un país plagado de pobres y, de preferencia, con una educación deficiente que aliente la ignorancia.