El misterio de los suicidios
Philippe Claudel (1962) porta en su nombre virtud y maldición: goza del apellido de un célebre poeta, pero carga el fardo de lo que implica en tanto referente. Sin embargo, ignorando el ejemplo de Paul Claudel, cuyo lirismo apoya la fe cristiana y vincula la belleza a lo divino, Philippe yergue una historia donde no aparece Dios: La investigación (editorial Salamandra) muestra el aspecto ruin de lo humano y al tiempo llama a buenas conciencias.
Esta fábula transcurre como un filme de suspenso, inspirándose el francés en su trayectoria cinematográfica, consolidándole de manera integral como artista. Resignado, sabiéndose condenado a indagar los suicidios entre miembros de una empresa multidisciplinaria, el investigador viaja al pueblo donde nadie parece esperarlo y sin embargo fue convocado.
Desde el epígrafe de Clouzot comenzando la novela (“No busques. Olvida”) se advierte cierto carácter misterioso de alienación existencial, en una región habitada por gente estrafalaria o totalmente desequilibrada. A pesar de aparentar similitudes con otras historias, no resulta una más entre tantas.
El relato simula contar la trama de supervivientes buscando refugio tras una catástrofe química, ecológica o nuclear, pero no. Los personajes son últimos testigos de otras vidas truncadas, sesgadas, cercenadas. ¿Por qué eligieron morir? El investigador debe averiguarlo.
Cada hecho sugiere la inminencia de algo amenazante y raya en lo absurdo. “¿No era la lógica una mera abstracción (…) que nunca se había sometido a demostración alguna?” El paisaje monótono y asfixiante desorienta, dando la sensación de ser una trampa, el purgatorio mejorado, la pesadilla de cualquier devoto. Claudel confabula todo para impedirle al protagonista hacer lo que necesita y permite vislumbrar los efectos monstruosos de una civilización obnubilada por el progreso, dispuesta a cualquier cosa por conseguirlo, incluso sacrificar la propia humanidad.