Columnas

El inexplicable castigo para los tamaulipecos

La Comuna

José Ángel Solorio Martínez

Pocas veces, en la historia política de Tamaulipas –como hoy–, habían hecho intersección los liderazgos de todos los partidos políticos en un punto: la pobreza y los pocos talentos de la clase política que conduce ese tejido partidista. Destacan por sus desatinos, no por sus agudezas; sobresalen por sus patéticos discursos, como por sus retóricas huecas y gastadas por décadas de irracional uso.
En los años 80 y 90 el PAN tenía a vigorosos representantes. Ángel Camargo, Carmen Bolado, Ramón Sampayo, Ramiro Salazar, Lidia Madero, Arturo Elizondo, Diego Alonso, Leonor Sarre, y otros que convirtieron esas siglas en referente de una lucha opositora progresista. Sabían lo que representaba su partido y lo asumían.
Por esas fechas, el panismo operaba como una fuerza a contracorriente de unos gobiernos de casi carro completo.
Mucho se debe a esos cuadros azules, el empuje de la alternancia en municipios como Tampico, Reynosa, Victoria, Matamoros, Río Bravo y otros de menor calado.
Tuvieron todo el horizonte para crecer: el PRI mostraba ya agotamiento en sus formas de gobernar los pueblos y en su discurso demagógico; se estaba alejando de los principios que le dieron por décadas soporte y legitimidad.
La Izquierda, por su parte, en esas décadas, figuraba en algunas luchas sociales; el ámbito electoral, aún le era ajeno: sus participaciones eran más bien por honor, testimoniales. Sus triunfos, se dieron en el plano de las alianzas: En Río Bravo, el PRD, iría con Juan Antonio Guajardo por la alcaldía; le tocarían algunas regidurías.
El PRI, como partido de Estado, era hace décadas una potente maquinaria política-electoral. Poseía un tejido de operadores electorales, con una eficacia sorprendente. Contó en sus filas, con líderes capaces y hábiles para ganar –con cualquier método, bueno o malo– elecciones.
Dirigentes con retórica muy bien articulada abrevada del discurso del nacionalismo revolucionario, dominaban el escenario socio-político regional. Juan Báez Rodríguez, Ernesto Guajardo Maldonado, Abraham Rubio Canales, Jaime Rodríguez Inurrigarro, Antonio Martínez Torres, Paloma del Carmen Guillén, Luis Enrique Rodríguez el Pipo, y otros, le dieron fortaleza y vigor al priismo tamaulipeco.
Los delegados que el Comité Ejecutivo Nacional enviaba a la entidad, eran unas chuchas cuereras.
En la Izquierda, militaban cuadros tan relevantes como Elpidio Tovar de la Cruz, Gregorio Luna, Pedro Alonso Pérez, Rafael Rodríguez Segura, Alejandro Castrejón Brito, José Ortiz Rosales, pertrechados con los principios más sólidos de esa corriente política; sus ejemplos, siguen siendo emblemáticos en las luchas ciudadanas de los tamaulipecos.
Esos dirigentes, se destacaron tanto en las luchas sociales como en las batallas parlamentarias. Son memorables, las participaciones en la tribuna del Congreso tamaulipeco, de Tovar de la Cruz, Alonso Pérez, Castrejón Brito, Ortiz Rosales, Rodríguez Segura y Goyo Luna.
Hoy todo es diferente.
Los conductores del PAN, MORENA y PRI, son entes pequeños; armados con instrumentos menores para la tarea que les ha sido conferida.
Sus narrativas son de tal pobreza, que llegan a dar pena ajena.
Sus presencias, en el paisaje sociopolítico, son imperceptibles como anodinas.
¿El Cachorro Cantú, del PAN?
Ni cómo expresarle un elogio.
¿Carlos Solís Gómez, del PRI?
Todo esfuerzo para encontrarle alguna virtud -política-, es infructuoso.
¿Yuriria Iturbe Vázquez, de MORENA?
Con todo y la segura acusación de misógino: puede presumir mayor cultura política una ama de casa, ella.
¿Qué habremos hecho, para que diosito nos castigue de esa cruel manera?