Titulares

¿Por qué somos tan pesimistas?

Con frecuencia oímos expresiones que describen un mundo en continuo deterioro y un futuro poco promisorio: “Esto ya no es lo que era”; “todo tiempo pasado fue mejor”; “nada como nuestra generación”; “los jóvenes de ahora no son como los de antes”.

Pero las estadísticas retratan de manera abrumadora otro escenario: un mundo que es cada vez mejor en la mayoría de las dimensiones en que se le puede evaluar.

Así, aunque resulte difícil de creer, vivimos en la época de menor violencia de la humanidad; la pobreza se ha reducido considerablemente; la población mundial cada día vive más, es más educada, tiene mayores ingresos. El mundo en general se ha hecho más democrático, con el acceso creciente de grandes masas a la participación y a la toma de decisiones públicas.

La gente también responde en el mismo sentido a encuestas donde se les pregunta sobre su propia existencia. Hay mayor número de personas que afirman que sus condiciones son mejores que las de sus padres; que viven mejor que en el pasado reciente y que espera ir a más en un futuro cercano.

Entonces, ¿a qué se debe la disonancia entre esta situación y el estado de nuestro optimismo sobre la evolución del planeta? Un profesor de la Universidad de Harvard, Steven Pinker , sintetiza y explica, de la mejor manera que he oído, algunas de las razones en la persistencia del pesimismo. La primera es que tendemos a prestarle mayor atención a las noticias negativas que a las positivas.

Eso tiene que ver con nuestros sesgos emocionales y cognitivos. Nuestro cerebro está hecho para alertar en primer lugar de los peligros, y una mala noticia, como ocurre con ellos, puede poner en riesgo nuestra vida.

En cambio, una buena difícilmente puede ser una amenaza. Tal vez por esa misma razón nuestra reacción a las pérdidas es asimétrica con relación a nuestra respuesta ante las ganancias. La gente se entristece más por perder 100 dólares de lo que se alegra por ganarlos.

La segunda razón es que tendemos a proyectar sobre el mundo la evolución de nuestra propia vida como individuos. En esta visión, tenemos generalmente una etapa dorada que es la de nuestra infancia, donde estuvimos o así lo sentimos, totalmente protegidos, con todo asegurado. Luego nos vamos adentrando en un mundo de mayores retos y dificultades, que para muchos se acentúa considerablemente con las limitaciones e inconvenientes del envejecimiento.

Una tercera razón es el desarrollo tecnológico y de los medios de comunicación masivos, que permiten que cualquier noticia negativa se difunda masivamente y a la velocidad de la luz. Toda persona con un teléfono inteligente en sus manos es un reportero universal, y hay ya casi 2.000 millones de ellos en el planeta.

La cuarta razón es que la negación de lo presente es el primer momento de la creación.

Para actuar tenemos que negar en algún grado o alguna forma. Si usted lleva a un arquitecto a su casa, posiblemente no le tomará mucho tiempo decirle que usted podría vivir en un espacio mucho mejor diseñado del que tiene actualmente. Lo mismo tiene que sentir o decir un político aspirante al poder.

Sin embargo, al ser conscientes de esa tendencia casi natural a ser precavidos y hasta pesimistas, podemos matizarla o corregirla. Primero, apelando siempre a los datos más objetivos sobre la evolución de la humanidad en los múltiples campos donde ella se produce, y segundo, entendiendo que para acometer un acto de creación no necesariamente tenemos que ser absolutamente negativos y devaluar todo aquello sobre lo cual vamos a construir.

Podemos adoptar siempre la actitud del que reconoce los avances logrados y plantea nuevas metas y posibilidades. Una disposición más optimista nos mantendrá al final más alegres, más felices, al tiempo que nos hará más eficientes y productivos.