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Game of Thrones: la guerra, cada vez más cerca

Al menos al cierre de esta nota, el séptimo y último capítulo de Game of Thrones —en el que se acerca la guerra contra Los Caminantes Blancos—no se había filtrado. Todo pronto, entonces, para seguir viendo una serie de televisión como se hacía antes del streaming, cuando los canales eran los que determinaban cuándo y cómo se veía un programa o una película.

Es un prueba de la fascinación que ha ejercido esta serie: ha conseguido momentáneamente suspender el continuo movimiento hacia el actual modelo de consumo de las series de televisión: a la carta y on demand. Ese es uno de los más significativos logros de la dupla de responsables de la serie: Daniel Benioff y David Weiss, que ya pusieron sus nombres entre los más importantes productores televisivos.

El dúo consiguió eso gracias a varios factores. El elenco, por ejemplo, estuvo a la altura del desafío de interpretar a personajes que en el mejor de los casos son moralmente ambiguos, pero que casi siempre son francamente repugnantes en su crueldad, clasismo, vanidad y sed de poder. Hoy, cuando solo falta una temporada más para el final, es fácil olvidar que la mayoría de los actores y actrices eran perfectos desconocidos cuando empezó la saga, no estrellas avaladas por años de éxitos que pudieran ejercer como imán para sentarse frente al televisor.

Además, aunque la serie no desdeña de los últimos avances en materia de efectos especiales, lo que se transmite desde la pantalla todos los domingos es una fastuosidad semejante al Hollywood más esplendoroso, cuando el sistema de estudios no escatimaba gastos en vestuarios, escenarios, extras y locaciones. De hecho, Game of Thrones es superior a prácticamente cualquier película más o menos “de época” que Hollywood haya hecho en muchos años.

La temporada que termina hoy, más allá de lo ocurrido con los personajes, será recordada como la de “las filtraciones”.

Primero fueron dos guiones y luego a HBO se le “escaparon” dos episodios. Eso, que tanto dio que hablar, puede ser visto como la primera —y probablemente fatal— intrusión de la Historia (y su supuesto progreso) en esta comunidad, que domingo a domingo acude a la cita con la serie.

Con el arribo de los hackers y su dominio de la web, Game of Thrones fue bruscamente arrancada del estado anacrónico e idílico en el cual se encontraba. Ahí, durante casi una hora, se sostenía la ilusión de estar fuera del mundo más o menos real, con su atomización en una miríada de nichos de audiencia y la ausencia de un relato que aglutine a las masas. Eso empezó a resquebrajarse en esta temporada, y será interesante ver si HBO mantiene su actitud, o si la octava tanda de capítulos llegará a través de la aplicación de streaming de la propia empresa.

No deja de ser irónico que el último caso de una serie que logró, hasta ahora, esquivar los imperativos del presente modelo de consumo televisivo sea este, con sus dragones, gigantes, cuervos de tres ojos y otros seres mitológicos y legendarios. A pocos capítulos más del final de toda la serie, con Game of Thrones terminará una época televisiva y de cultura de masas.