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“HE GOLPEADO AL DIABLO Y SEÑALADO A LOS POLÍTICOS”

“Gracias a Dios que nunca me ha faltado nada… nunca padecí hambre, ni pobreza… tampoco tuve riquezas, pero aquí vivo feliz y contento con mis 88 años”.

Una voz clara y firme a tono alzado es la que habla con el reportero. Sentado en el sillón entre la cama y su escritorio, es donde monseñor David Martínez Reyna inicia la plática.

“Así deja la puerta abierta para que corra el aire, está muy bonito el día, de seguro va a llover”, dice como premonición mientras observa el pedacito de cielo que se alcanza a ver desde su cuarto, el primero en el pasillo del monasterio de las Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio, en el mero corazón de Victoria, en pleno 20 Aldama y Carrera Torres.

La mente tan clara como la voz pues guarda recuerdos de todo; de su infancia en Río Verde, San Luis Potosí, junto a sus 11 hermanos y sus amados padres, la lucha por llevar el agua potable a Jaumave que dio pie a la buena relación con Norberto Treviño Zapata, las negociaciones con Enrique Cárdenas González para que la luz eléctrica llegara a El Chorrito y el pleito con Emilio Martínez Manautou, quien no quería que se construyera la carretera hasta ese santuario que lo orilló a aliarse con Fidel Velázquez, secuestrar tres autobuses y enfrentar a Osuna Cobos.

Pero ninguna batalla como la que ha sostenido con el demonio, pues sin titubear asegura, “yo practico exorcismos” y afirma “al diablo hay que golpearlo… él viene a humillarte, a injuriarte, por eso no hay que ser débil, tenemos que golpear”.

Todo empezó en Río Verde
En el apogeo de la Guerra Cristera, David Martínez Reyna nació el 2 marzo de 1929, era uno de los 12 hijos que tuvo don Pablo Martínez Amaro, hombre de formación masónica pero que siempre inculcó a sus hijos la fe en Dios, pues los sábados los mandaba al templo evangélico “a cantar con los gringos” y el domingo temprano a misa, pues prefería eso a que anduvieran ociosos.

“No entendí yo a mi padre, él era masón, pero nos llevaba al templo con una velita y nos decía, vamos a darle el pésame a la señora, a la Virgen María, cuando era viernes santo”, dice al contener el llanto pues la memoria remueve los recuerdos de la infancia.

Un domingo, tras la misa, su madre lo acercó a saludar al cura; coincidió que tres amiguitos se acercaron, hijos de la familia rica del pueblo con quienes hizo una entrañable amistad; esos niños le dijeron al cura que se irían a San Luis capital, para estudiar en el seminario.

“¿Oye mamita, qué es el seminario?”, preguntó curioso David, a lo que su madre respondió, “Es a donde van para ser padrecitos”…”Aaah… mami, yo también quiero estudiar eso”, recuerda monseñor.

Tras un tiempo de preparación en familia, emprendió el viaje en tren desde su natal Río Verde hasta la capital potosina, “mis amigos iban en el vagón de primera clase, yo iba en el segunda, pero iba muy feliz con mi velís y una cobija amarrada con un mecate”, tenía apenas unos once años de edad.

Tras un año de estancia en el seminario, el pequeño David enfermó y tuvo que regresar a casa, pero no fue por mucho tiempo, pues parecía que los hábitos le perseguían.

Su padre, iniciado en una próspera carrera política que lo llevó hasta el Congreso del Estado y una larga trayectoria como juez civil, era ya presidente municipal de Río Verde y un día, recibió una carta que indicaba que el Obispo de Querétaro pasaría por la ciudad, solicitándole la casa de visitas del Ayuntamiento para hospedarse junto con los curas que le acompañaban, mismos que harían una gira de evangelización por la sierra de la huasteca.

Por supuesto, don Pablo Martínez recibió a los distinguidos visitantes; ahí, el Obispo al conocer la vocación de David, le invitó a que lo acompañara a los pueblos de la sierra de Querétaro, a lo que accedió.

Tras la gira, fue invitado al seminario de Querétaro, donde retomó sus estudios y tuvo como compañeros a seminaristas tamaulipecos, que le darían un nuevo giro a su vida.

“Un día llegó el obispo de Tamaulipas a visitarlos allá en Querétaro, fue una gran impresión pues apenas llegó y corrieron a abrazarlo, él les regaló zapatos, ropa, era una imagen muy paternal que a mi me conmovió” describe con una lúcida memoria que pareciera que tiene la escena frente a sus ojos y la está relatando.

“Les pregunté a mis compañeros tamaulipecos, ‘¿ese es el obispo de allá?’, ‘sí’, me dijeron… ‘¿y los quiere mucho, verdad?’, ’sí, bastante’… ‘ah, y, ¿cómo es Tamaulipas?”, cuestionó curioso, “Que me empiezan a platicar y después ¡que sacan unas fotos del mar, de la playa!… ¡yo ni lo conocía, me emocioné!”, dice con la misma alegría de hace siete décadas.

Cuando le preguntaron si quería trasladarse a Tamaulipas no lo dudó. Y así, aquel caluroso septiembre de 1948, llegó a Tampico. “imagínate el calorón y yo en traje… ¡me ahogaba!”.

El cura de Tamaulipas
A mediados de la década de los 50’s, David Martínez Reyna se ordenó sacerdote junto a un compañero que viene de inmediato a su mente, don Ernesto Corripio Ahumada, quien llegó a ser arzobispo primado de México.

“Me ordené en Tampico, después estuve en Madero, de ahí me mandaron a Mante” su peregrinar continuó en Jaumave, Altamira, Victoria, El Chorrito y Llera. Cubrió interinatos en Matamoros, Laredo y Reynosa, Villagran, Tula e Hidalgo “y nada más”, asegura mientras asea su guayabera blanca, tan blanca como su cabellera.

“Conozco a la perfección a Tamaulipas, a los tamaulipecos y a muchos gobernantes, porque siempre los señalaba” relata.

Para monseñor David Martínez Reyna, un sacerdote tiene como tarea no únicamente evangelizar, sino confirmar su liderazgo en la comunidad, consolidarse como importante pieza en la sociedad y promover los cambios positivos.

Señala que “el sacerdote debe ser factor de cambio social, para conseguir la finalidad espiritual, moral y los valores, tiene que involucrarse en la cuestión social, conocer las necesidades del pueblo, porque ni los presidentes municipales tienen esa intención, solo llegan a mandar, no a transformar”.

Y al plantarle la carencia de un líder religioso en Victoria y en Tamaulipas, señala, “El obispo puede, si él pensara de la responsabilidad que tiene con Dios, buscara el bien social, el bien de sus feligreses, no solamente le toca rezar, le toca trabajar porque haya fuentes de trabajo, que no haya violencia, que no haya crímenes, él puede hacer mucho… pero no sale con esa mentalidad”.

‘Fui maloso, hasta secuestré’
Instalado como párroco en Jaumave, monseñor recuerda que “en aquel entonces el agua de beber la comprábamos en cantaritos que pasaban vendiendo en mulas y burros, yo pensaba cómo iba a ser posible eso habiendo tanta agua en este pueblo y que no existieran tuberías para llevarlas a las casas”.

Motivado por esa problemática, junto a su grey inició una serie de actividades que iban desde las rifas y kermeses, hasta los bailes, para reunir los fondos que permitieran entubar el agua en el poblado, seccionando en tres zonas, tomando como referente las tres plazas de la cabecera municipal.

Un día, el gobernador Norberto Treviño Zapata llegó a Jaumave como parte de una visita, “me presentaron con él y platicamos de la obra que hicimos, yo empecé sin tomar en cuenta a las autoridades porque ellos nunca habían hecho nada”.

Lamenta que en Llera no alcanzó a hacer obra alguna, pero suspira para hablar de su máximo orgullo en su carrera sacerdotal: El Chorrito.

“En El Chorrito metimos la luz eléctrica, hicimos la carretera, fundamos las cooperativas, el molino de nixtamal, cambió el aspecto social del lugar” afirma.

Acabó con la oscuridad del que ahora es el máximo centro religioso del noreste del país, “Primero metí la luz, hablé ejido por ejido para convencerlos de meter la luz, costaba una millonada llevar la luz de Hidalgo al ‘chorro’ y don Enrique Cárdenas González me aconsejó como hacerle, me fui un ejido y cuando la aceptaban me pasaba a otro y así hasta llegar a arriba”.

Aún y con todo eso no estaba conforme, pues no concebía que en el único santuario de Tamaulipas existieran tantas carencias, más cuando recibía a una gran cantidad de feligreses que tenían que pasar una auténtica travesía para llegar a venerar a la Virgen hasta la cueva del poblado enclavado en lo alto de la Sierra Madre Oriental.

“El doctor Martínez Manautou no quería meter carretera”, señala, “ eché pleito, fui maloso, secuestré tres autobuses de los ‘Tamaulipas’, me los llevé para ‘el chorro’, eran de Osuna Cobos”.

El motivo del sacerdote para cometer tal delito, fue el contubernio de la empresa transportista con los árabes que en aquel momento eran caciques de Hidalgo; “los árabes cobraban la pasada a El Chorrito, ¿por qué unos extranjeros iban a hacer eso?”, se cuestiona.

Cuando secuestró esos camiones, Emilio Martínez Manautou mandó por él, para lo que el religioso dejó órdenes precisas, “el gobernador mandó por mi con el capitán Trejo Nava y Pérez Rincón, para eso le dije a la gente, si me detienen le echan un cerillo a las cubetas con gasolina que yo dejé en la parte de abajo de los autobuses” relata.

“Cuando el gobernador supo eso, pidió que me llevaran, pero no en calidad de detenido, acá en Victoria nos reunió con Osuna Cobos que terminó cediendo porque le dijo, ‘el padre de la cárcel, sale, pero tú de los autobuses vas a tener puras cenizas’ y así fue como se aplacó” describe su triunfo.

Una vez que logró derrocar a Osuna y los árabes, su siguiente objetivo era que existiera transporte público en la ruta de El Tomaseño-El Chorrito, pero no sólo para los paseantes, sino también para los pobladores que tenían la necesidad de bajar a Hidalgo para estudiar la primaria y la secundaria.

“Mi propuesta era que las peseras llevaran a la gente a estudiar a la secundaria de Hidalgo”, tras esta explicación, logró que Emilio Martínez Manautou diera la concesión del transporte, mediante una cooperativa que el sacerdote fundó, pero cuál sería su sorpresa, un tramo entre El Tomaseño y el puente, era vía federal, por lo que ahora fueron esta autoridad la que impidió el libre tránsito.

“Un tiempo me la fui llevando regalándoles botellas de vino y whisky, con eso se aplacaban, pero un día logramos la validez oficial gracias a la intervención del líder de la CTM, con quien hablé y me apoyó para lograrlo”, se trataba de Fidel Velázquez Sánchez, “todo lo hicimos por teléfono, él hizo las gestiones y así dejaron de fastidiarnos”.

Así llegó el florecimiento de El Chorrito, dio pie a la fundación de casas de huéspedes que él mismo promovió, motivó a los pobladores a crear restaurantes, la venta de imágenes, “conseguí con los obispos del otro lado que los migrantes vinieran a El Chorrito… no’mbre, ¡así caían de dólares!”, dice mientras confirma su esperanza de que estos tiempos vuelvan, “ya nada más que se resuelvan los problemas con Trump”.

No pidió permiso, pero es exorcista
Durante más de tres décadas, en Victoria primero corrió como rumor, pero después se confirmó, que monseñor David Martínez Reyna practicaba exorcismos; hoy, él lo reconoce y asegura que en ocasiones hay necesidad de llegar hasta los golpes, “pero yo no golpeo a las personas, golpeo
al demonio que ha poseído su cuerpo”.
Relata que “Hago exorcismos, estoy bien empapado de la Biblia que es el libro perfectísimo que existe y ahí se nombra la posesión diabólica, el señor Jesus instituyó el sacerdocio, él nos dio su poder para ir contra el diablo y sí, yo hago exorcismos”

Cuando se le cuestiona qué se necesita para realizar este enfrentamiento contra el diablo, asegura que “Fe, mucha fe; claro, estudios teológicos, pero lo principal es la fe”.

“Yo golpeo, no a la persona humana, al diablo, claro, le tengo que dar golpes al cuerpo, porque él también me tira” describe.

La primera vez que se enfrascó en esta batalla cara a cara con el demonio, recuerda que fue hace unos treinta años, “era una maestra, me la llevaron para que le rezara, yo era párroco del Santuario, parecía que tenía rabia, esa fue la primera vez que exorcicé”.

Asegura que tras este suceso, la voz se corrió a grado tal que llegaban a buscarlo exclusivamente para eso y hasta la fecha desconoce cuántos despojos ha hecho, pero confiesa que se pueden contar por decenas y la más reciente fue hace tres meses con una niña que estaba poseída y se la llevaron hasta el monasterio.

Cuando se topó por primera vez con la violencia del diablo, recordó que en el cine acudió al estreno de una película “El Exorcista” y confirmó que el enfrentamiento no era ficción, sino que esta vez el sería protagonista de esa lucha y decidió actuar.

“El diablo es como un inquilino que no paga renta, lo corres y no se va, llega la autoridad y no se va, tienes que sacarlo a fuerza, entonces nos golpeamos, los papás de la muchacha me decían que no la golpeara, yo no la golpee a ella, golpee al diablo” afirma mientras cierra el puño de su mano derecha.

Mientras que la iglesia los aprueba, por medio del obispo que es quien da los permisos para realizar exorcismos, monseñor reconoce que él nunca solicitó licencia, aunque tampoco le han llamado la atención por estas prácticas, “los padres me han platicado que algo se dice, pero ellos tampoco quieren hacer los exorcismos, me los mandan a mi, tienen miedo a ser poseídos también”.

Revela que hay prácticas que le abren la puerta del alma al demonio, “la gente que tiene a la muerte como adoración y están adorando al diablo” además las prácticas como la ouija, el tarot, la cura con imanes y “El Niño Fidencio”. Añade que la ambición al dinero y al poder es una posesión diabólica, a grado tal que asegura que ex gobernantes como Javier Duarte, de alguna manera tienen influencia demoniaca, “ellos no tienen sentimiento humano alguno, así es el diablo, Dios nos dio un hermoso regalo que es el libre albedrío y está expuesto precisamente a la ambición y el orgullo, al instinto del hombre”.

Aunque sus compañeros sacerdotes, las monjas y hasta los médicos le piden que ya no realice exorcismos debido a los problemas de columna que le aquejan, él no puede evadir lo que considera una responsabilidad, pues inclusive médicos, psicólogos y psiquiatras, le mandan pacientes a los que ellos no les encuentran cura, “por eso uno es doctor de almas, eso es un sacerdote”.

Tiene un enemigo
En 88 años de vida asegura que no tiene enemigos, más que uno: el diablo, fuera de eso “sólo he cosechado amigos, me he dedicado a servir, si tengo algún otro enemigo pues es de gratis”.

Está agradecido con Dios y con la vida pues reafirma, “no he sufrido pobreza, tampoco riqueza, le he dado al pueblo y el pueblo también me ha dado”.

Con la Biblia a su diestra, una agenda donde apunta todo, desde los pendientes hasta las noticias que lee en el periódico y una botella de agua que bebe a sorbos, checa el reloj pues llegó la hora de la comida, “de hecho ya me pasó la hora, pero no le hace”.

Ya camino rumbo a la salida, se vuelve a sacudir su blanca guayabera, vuelve a ver al cielo y confirma su pronóstico de lluvia, se despide y dice, “Agradezco a todas las personas que pidieron a Dios por un servidor, sigo siendo sacerdote, sigo sirviéndoles y pido perdón a Dios y a todos si por alguna causa los haya ofendido”.