Dicen los que saben…..
El triunfo de Donald Trump sigue generando una serie de reflexiones sobre sus implicaciones para las 7,400 millones de personas del mundo, poniendo nuevamente en el debate los retos que tenemos como humanidad y la posición de Estados Unidos respecto a éstos.
¿Cuál es nuestra posición? Como lo señale en un escrito anterior, pareciera ser una de desánimo y frustración ante un peligroso retorno al nacionalismo y al populismo que tiene su origen en el hartazgo que provoca la visibilidad de la injusticia y la corrupción, así como la falta de crecimiento económico y el freno a la movilidad social. Sin embargo la irrupción tanto de la anti política como de la post verdad empieza a generar reflexiones y consensos que pudieran destrabar la manera en que afrontamos nuestros grandes desafíos.
Zgmunt Bauman señala que hoy en día las personas tienen identidades globales y son volubles lo que propicia que oscilen según la tendencia que marca el consumismo. El filósofo considera que esto no es del todo malo ya que dicha identidad nos hace cada vez más dependientes los unos de otros y es ahí donde radica la oportunidad de crear condiciones de crecimiento mediante una conciencia colectiva. Así lo confirma el World Valey Survey que ha descubierto que cada vez existen más consensos en el mundo sobre la importancia de la igualdad de género y las libertades, más intolerancia respecto al autoritarismo e insatisfacción con los sistemas políticos y las instituciones de gobierno a nivel mundial.
Si bien empiezan los consensos, aún estamos lejos de las soluciones en un mundo que tiene más gente, más sana, más educada y con más movilidad pero aún con distintas prioridades hacia afuera y hacia dentro.
Para entender hacia dónde vamos y cuáles son los esfuerzos que necesitamos hacer para acercarnos a mejores escenarios, el Carnegie Endowement for Internactional Peace esbozó las siguientes 10 preguntas sobre el mundo para los próximos 100 años: ¿Lograremos limitar el aumento de la temperatura del planeta?; ¿lograremos un crecimiento poblacional moderado?; ¿Cuantos países tendrán armas nucleares?; ¿Qué modelo de gobierno prevalecerá en el futuro? las democracias de Europa y Estados Unidos o los regímenes más parecidos al de China o Rusia; ¿Se consolidará el Islam como fuente de conflictos o se renovará transformándose en una fuerza de apoyo a la paz?; ¿Se desarrollará el Internet y el ciberespacio como fuerzas benignas o como fuente de desestabilización y nuevas amenazas?; ¿Serán los estados fallidos y la desaparición de naciones una característica del siglo XXI?; ¿Seguirá profundizándose la globalización o habrá una vuelta al proteccionismo y el nacionalismo; y por último ¿el poder político, militar y social estará más o menos concentrado de lo que está hoy?
El cuestionario aunque muy específico y limitativo representa un buen esfuerzo que a continuación se complementa con algunas aportaciones de pensadores vivos que desde la perspectiva económica, política y social pretenden orientarnos en cuanto a qué hacer para acercarnos a mejores escenarios. Estos coinciden desde la generalidad en que la soluciones ante los retos más grandes de la humanidad están en la creatividad, la innovación y la colaboración.
Sin duda la globalización ha hecho que los problemas locales se conviertan en globales y viceversa aumentado la necesidad de que los países se coordinen efectivamente. Hace tan sólo unos días el periódico The Guardian publicó una interesante entrevista del científico Stephen Hawking quien llamó a la humanidad a trabajar en conjunto para afrontar los retos globales ya que consideró que estamos viviendo el momento más peligroso para el planeta. Destacó que si bien tenemos la tecnología para destruirlo, aun no la tenemos para escaparnos de él.
Desde la perspectiva del poder Moises Naim en su libro “Repensar el mundo” señala que ninguno de los grandes problemas se podrá solucionar sin que distintos países colaboren eficazmente en su solución. Sin embargo establece que esto no está ocurriendo ya que a pesar de que se promueven iniciativas multilaterales donde cientos de países se comprometen a compartir esfuerzos “los acuerdos fracasan porque los países ricos no honran sus compromisos financieros y los menos desarrollados incumplen sus promesas de reforma, los plazos no se respetan y los esfuerzos se estancan”. Propone que en vez de seguir intentando poner de acuerdo a cientos sólo se invite a la mesa de negociación al menor número de países cuya participación es necesaria para lograr el máximo impacto sobre el problema a pesar de las posibles denuncias de minilateralismo.
Por su parte, Henry Kissinger en su libro “orden mundial” señala que la clave para alcanzarlo es por una parte la colaboración como lo establece Naim, pero por otra, que sus componentes adquieran una segunda cultura global, estructural o jurídica que trascienda los ideales de cualquier nación. Dicho orden depende de “un reacción equilibrada entre opuestos en medio de la impetuosa corriente de la historia”.
Desde la perspectiva económica es importante no caer en premisas que imperan en el mundo a partir del Consenso de Washington que impone un orden neoliberal como la creencia del mercado sin trabas y la importancia de los derechos de propiedad intelectual fuertes como lo establecen Joseph Stiglitz y Bruce Greenwald en su libro “La creación de la sociedad del aprendizaje”. El debate no está en si es mejor optar por un modelo liberal o proteccionista, sino en qué tipo de modelo liberal es socialmente el mejor y más responsable. Quienes pregonan la eficiencia del sector público buscando limitar el alcance del trabajo gubernamental limitan al gobierno totalmente en su capacidad de participar en el mejoramiento de la riqueza colectiva propiciando desigualdades, desconfianza hacia el sector público y que al final el Estado adopte un papel menos importante. Si bien los procesos democráticos pueden ser manipulados para mantener las desigualdades existentes, mínimo hay que darle una oportunidad al Estado, porque si no es a él ¿A quién y de qué manera?
Tanto Stiglitz y Greenwald van más allá y destacan que el crecimiento incluyente y responsable necesario para el progreso depende de una economía y una sociedad del aprendizaje, donde el éxito es que la transformación económica este sustentada en una transformación social que a largo plazo genere sociedades democráticas abiertas y más dinámicas. Destacan que los países escandinavos han logrado crear economías y sociedades dinámicas y que si bien aún cuentan con desigualdades limitadas, los sectores públicos son eficientes y amplios permitiendo que los ciudadanos cuenten con altos niveles de vida. La clave en estos países está en que más allá de las diferencias entre los partidos políticos, existe un amplísimo consenso respecto a muchos elementos del contratos social gracias a la labor y compromiso de sus líderes que buscan convencer con responsabilidad y argumentos a una sociedad que es capaz de asumir consecuencias en el presente para un futuro mejor generándose un círculo virtuoso. En nuestro país el debate sobre el contrato social y la nación que queremos no es nota ante la polémica de los señalamientos entre funcionarios públicos que hacen del quehacer público una novela viral entretenida para el morbo.
Daron Acemoglu y James A. Robinson en el libro de “Por qué fracasan los países” señalan que la razón más común del fracaso está en que se tienen instituciones económicas extractivas, es decir que están estructuradas para extraer recursos de la mayoría para un grupo reducido, no protegen los derechos de la propiedad, ni proporcionan incentivos para que la gente ahorre, invierta e innove. Su propuesta para solucionar el fracaso político y económico es transformar las instituciones extractivas en inclusivas. Sin embargo establecen que la única manera de romper con esta estructuración es a través de algunos elementos inclusivos preexistentes en las instituciones; la presencia de coaliciones amplias que conduzcan a la lucha contra el régimen existente; y la ilustración e información de los líderes y diseñadores de políticas públicas que de maneras creativas imaginen la prosperidad y brinden o ejecuten lo más adecuado.
El nobel de economía Paul Krugman en su libro, “Detengamos esta crisis ya” establece que nada funciona mejor que lo que funciona. Efectivamente suena como una obviedad y lo es, sin embargo el sentido común no es tan común como se piensa ya que muchas veces los “expertos” buscan explicar el comportamiento a partir de razonamientos muy complejos y terminan creyendo que sus temas favoritos son los que más importan a la gente o que su manera de tomar decisiones es la misma en de la mayoría de las personas. En este sentido el economista señala que si el Estado hace lo correcto desde el punto de vista económico es decir, si se hace lo necesario para acabar con la crisis; si las políticas monetarias y fiscales expansivas unidas al alivio de la deuda representan el camino para hacer que la economía arranque, estas medidas serán las mejores para el desarrollo desde el punto de vista político. Desde esta óptica, como se infiere, lo que bloquea la recuperación y el progreso en muchas ocasiones es la falta de lucidez.
Respecto a los retos que vivimos hay quienes se inclinan a pensar que el origen de los principales problemas globales está en la ignorancia. Según esta postura, el transmitir el conocimiento y la cultura de generación en generación ha hecho que la civilización sobreviva y que sólo en sociedades educadas puede haber igualdad, justicia y progreso. Sin embargo, dicha hipótesis contrasta con el hecho de que muchas personas con sólida educación toman decisiones que profundizan los problemas que hoy vivimos. ¿Entonces qué clase de educación se necesita?
Sir Ken Robinson en su libro “Escuelas creativas” establece que se requieren lideres inspiradores que creen un clima de innovación, creatividad y de oportunidades en el ámbito educativo en donde la visión, las competencias, los incentivos, los recursos y el plan de acción son esenciales para propiciar el cambio que se desee. Para que se dé este cambio los líderes inspiradores necesitan de una clara visión de futuro, sentirse capaces y con las competencias adecuadas para hacerlo, pero sobre todo de una firme convicción de que existen razones suficientes para cambiar. Señala que si todos los elementos antes mencionados están donde deben estar, existe una posibilidad razonable de que se pueda avanzar hasta donde se quiere llegar pero que es la imaginación para crear, convencer e implementar el elemento fundamental. Este es el reto del modelo educativo que considera que actualmente mata la creatividad, estandarizando la educación y priorizando el resultado final más que el proceso en sí.
Hay quienes creen que las ideas políticas de los últimos siglos se agotaron por su fracaso conjunto, que ninguna de las versiones que se han inventado ha conseguido resolver los problemas de la civilización. Sin embargo, ante los retos que afrontamos no hay carencia de ideas, existen cientos de las cuáles expuse algunas representativas, sino más bien de líderes y políticos decididos en afrontar el status quo que los ha beneficiado. Los líderes siguen sin acertar y proclamando lugares comunes que alguna vez aprendieron de la historia o que dicta un sentido poco común o una preparación limitada.
Evitemos proclamar la historia, debemos descubrirla a partir de las reflexiones y aportes de los grandes pensadores de nuestro siglo que no son escuchados por la falta de voluntad política, de humanidad y de humildad. Necesitamos hoy más que nunca de estadistas y líderes que coordinen los esfuerzos globales para moldear el mundo en un sentido más justo, sustentable y viable o una sociedad más madura y activa que no se quede de brazos cruzados.
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A principios de este año, S. Hawking lanzó la iniciativa Unlimited World que pretende explorar el impacto del populismo, la globalización y las tecnologías, así como responder a las preguntas sobre qué es lo que realmente nos enriquece como sociedad.
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