8 cosas que hacen que comamos más (y que no solemos tener en cuenta)
Si te has propuesto reducir la cintura, haces bien: las investigaciones más recientes muestran que una disminución de tan solo el 5% del peso tiene un enorme impacto en la salud; entre otras cosas, se reduce notablemente el riesgo de padecer diabetes o enfermedades cardiovasculares. No solo es importante prestar atención a lo que comes, también a cómo lo haces. Las distracciones de la vida cotidiana refuerzan la alimentación de forma mecánica, y esto es un factor de aumento de peso y obesidad. El sueño, los horarios o incluso los olores son elementos que también influyen, como vemos a continuación.
1. Lo que faltaba: oler la comida engorda
Eso de ‘huele que alimenta’, que hasta hace bien poco tenía un sentido figurativo, podría resultar cierto.Un estudio de la Universidad de Berkeley demostró que el aroma que despiden los alimentos podría hacernos ganar peso. ¿A qué se debe? Una hipótesis es que el olor de la comida hace creer a nuestro metabolismo que es la hora del almuerzo, así que el organismo se prepara para almacenar las calorías y los nutrientes ingeridos. Por el contrario, al anular el sentido del olfato, el metabolismo sigue en modo de quemar energía, por lo que elimina más fácilmente las calorías consumidas. El estudio apunta a queel aroma de lo que comemos juega un papel fundamental en cómo lidia el cuerpo con las calorías. Si no eres capaz de oler la comida, podrías quemarlas en lugar de guardarlas.
Para la pediatra Jan Chocen Bays, autora de varios libros sobre el tema, comer con conciencia es una manera de redescubrir una de las cosas más placenteras que hacemos como seres humanos. “Si al comer conectamos con nuestra propia experiencia y con la gente que cultivó, sirvió y cocinó la comida, estaremos más satisfechos, incluso si la comida es escasa. Este es el regalo de una comida con conciencia: restaura nuestro sentimiento de satisfacción sin importar lo que estemos comiendo”, señala.
Chocen Bays suele referirse a siete tipos de ‘hambres’. La del ojo (“mmm, qué buena pinta tiene ese pastel”); la del corazón (“ese pastel me recuerda al que cocinaba mi abuela”); la de la mente (“no debería comer ese pastel. Tengo que adelgazar tres kilos”). Y así sucesivamente. Las preguntas que plantea la experta a raíz de la existencia de estos diferentes tipos de hambre son sencillas, pero la puesta en práctica no tanto: ¿Por qué comes lo que comes? ¿De qué forma lo haces y qué sientes después? ¿Cuál es tu actitud frente a los alimentos? “Todas las distracciones de la vida cotidiana refuerzan la ingestión de comida de forma mecánica, y esto es un factor importante de aumento de peso y obesidad”, señala.
Esto está relacionado con el funcionamiento de la grelina, la “hormona del hambre”, que secreta el estómago y que nos produce la sensación de apetito. Justo antes de comer los niveles de grelina son más altos, y tarda entre 30 minutos y una hora en volver a sus niveles normales. Por ello, si comemos demasiado rápido, no le estamos dando la oportunidad a nuestro cerebro de darse cuenta de que ya estamos llenos.
3. La hora también es importante
La hora del día a la que se come podría resultar más relevante para perder peso que la cantidad de calorías que se ingieren, según un estudio elaborado con ratones. “Si lo trasladamos al comportamiento humano, esta investigación sugiere que hacer dieta solo será efectivo si las calorías se consumen durante el día y cuando estás activo. Comer a las horas equivocadas, durante la noche, no supondrá una pérdida de peso incluso si estás a dieta”, señala el neurocientífico Joseph S. Takahashi. Su equipo busca encontrar respuestas a la pregunta de por qué las dietas que restringen las calorías amplían la longevidad y sus descubrimientos dan nuevas pistas sobre la relación que existe entre la alimentación, el metabolismo y el comportamiento.
Los científicos creen que la hora en la que se consume la comida afecta al ritmo circadiano y esta puede ser la razón por la que los hábitos dietéticos modifican la esperanza de vida. Este no es el primer estudio en esta línea. Una investigación realizada por investigadores de las universidades de Murcia (España), Harvard y Tufts llegó a la conclusión de que lo más determinante para adelgazar, más si cabe que aquello que comemos, es la hora en que se realiza la principal comida del día. De acuerdo con estas investigaciones, ¿cuándo es bueno comer? Pronto. Adelantar las comidas, tanto al mediodía como la cena, es saludable.
4. Dormir mal engorda
Sí, dormir mal –entre otros problemas– engorda. Además de estar de un humor de perros, o precisamente por ello, tras la noche en blanco gravitamos hacia las pizzas, pasteles o cualquier otro plato que no nos conviene . “Los estudios del sueño prueban que tan solo dos o tres noches de mal sueño provocan cambios en las hormonas que promueven la obesidad, así como cambios en las hormonas que promueven la resistencia a la insulina”, dice a Univisión Noticias Adrienne Youdim, profesora de medicina en la Universidad de California en Los Ángeles.
Cuando tenemos sueño, los llamados ‘centros de recompensa’ del cerebro parecen responder con mayor intensidad a las comidas que engordan. Por otro lado, también tomamos decisiones más impulsivas y menos racionales cuando estamos adormilados. “Sabemos que las personas con el sueño limitado, como los trabajadores de turnos de noche, tienen mayores riesgos de padecer obesidad. El objetivo es un mínimo de siete horas de sueño, preferiblemente ocho”, indica la profesora.
5. Comer por los ojos
Lo de ‘comer por los ojos’ no es solo una frase hecha: existe un vínculo directo entre la percepción visual de la comida y las ganas de comer.
Es, al menos, el caso en muchas especies animales, en las que se ha comprobado que la información visual se transmite al hipotálamo, una región del cerebro que, entre otras cosas, regula las sensaciones del hambre y la saciedad. El aspecto de la comida puede, en resumidas cuentas, aumentar la concentración en sangre de la ‘hormona del hambre’.
6. En vaso recto se bebe menos
El alcohol engorda, y mucho (una cerveza tiene alrededor de 200 calorías). Por eso es interesante saber que el tipo de vaso en el que bebemos afecta a la cantidad y velocidad con que ingerimos la bebida, según un estudio de la Universidad de Bristol. Esta investigación indica que en vaso recto se tarda más en beber. Parece que el ritmo al que bebemos está vinculado a nuestra percepción de cuándo tenemos la copa a medias. En el vaso curvo queda menos claro ya que da la sensación de que contiene más bebida de la que hay y esto, especulan los investigadores, incita a seguir bebiendo.
7. El tamaño de los platos
Los restaurantes de Estados Unidos suelen presentar la comida en grandes platos y cuencos, lo que suele traducirse en porciones masivas. “La gente no se da cuenta de que el tamaño de las porciones que sirven los restaurantes son más grandes de lo que a la mayoría nos conviene”, advierte la nutricionistaBrooke Zigler. La experta anima a compartir un aperitivo y un plato principal cuando se come fuera y, en casa, usar platos de ensalada en lugar de los más grandes. “Esto te hace creer que el plato está lleno, pero obviamente tomarás una porción menor ya que hay menos espacio”.
8. Los cubiertos también influyen
La comida sabe distinto en función del tipo de cubierto que utilicemos, según un estudio de la Universidad Politécnica de Valencia, en España. Esta investigación puso de relieve que los alimentos se valoran mejor cuando se usa un cubierto de metal, y a ser posible pesado, en lugar de uno de plástico.